miércoles, 19 de febrero de 2014

El cuento con (probable) final feliz



Este es un cuento muy bonito. De esos que a todas y todos nos gusta que nos cuenten porque tiene (probable) final feliz. Lo único que lo diferencia del resto de cuentos que conocemos es que es un cuento escondido, con un personaje principal oculto, y con un final que todavía no ha llegado.

F se va pronto a Salina Cruz a tomar el autobús. Tiene un presentimiento, y siempre le ha ido bien hacer caso a sus presentimientos. La intuición. No quiere estar más aquí. Cree que no puede. En cuanto ponga la huella y tenga oficialmente papeles mexicanos se va a Salina Cruz y mira como subir por la costa o por donde su intuición le indique. Hasta llegar a Washington D.C. Donde está el (probable) final feliz de este cuento.

Es de El Salvador, tiene veintitrés años y lleva tres meses en el Albergue. Igual que su tío, más pequeño que él aunque fundamental apoyo y compañía. Pero eso ahora da un poco igual. Los cuentos con (probable) final feliz se cuentan desde el principio para que cuando llegue lo bueno parezca mucho mejor.




Era un chaval feliz. Hasta que alguien decidió matar a su papa, que era motorista y llevaba el sustento a la familia. Fue asesinado por las extorsiones. Esa palabra terrible. Esa tasa por vivir tan de El Salvador que hay que pagar de alguna manera siempre. Después mataron a su tío. El que los ayudaba y mantenía tras morir su padre. En ese momento le toca a él trabajar por sus hermanos y mamá. Con catorce años. Con sólo catorce años se tiene que hacer cargo de su familia. Pero él no podía soportar estudiar y trabajar a la vez. Y más cuando te pagan poco. Y mucho más aún, cuando el futuro es muy oscuro. Llegó un momento en el que ya no pudo.

A partir de aquí empieza el verdadero cuento. Ese que parece un cuento como todos los demás, pero que es el cuento del (probable) final feliz. Ese cuento en el que un niño de catorce años no puede con todo lo que tiene, no puede crecer más rápido y conoce a ese amigo que le acaba metiendo en las cosas de la calle. En una pandilla. Algo terriblemente típico en Centroamérica. Un pandilla pequeña, de pocos, bien activa y organizada. Terrorífica. Esa pandilla en la que un niño de catorce años se hace rápidamente con el puesto de correo y se dedica a recoger el dinero que tienen que pagar todos simplemente por tener negocios o intentar ganar dinero para vivir en su zona. Un trabajo “sencillo”. El líder, cuando todo estaba más o menos controlado y F empezaba a vivir bien, tuvo un accidente y todo cambió. Estuvo un tiempo hospitalizado y murió. Nuestro amigo trabajaba como correo, cobraba el dinero, se lo llevaba al jefe y se quedaba porcentajes. Algún tema con drogas también había de por medio, para este cuento con (probable) final feliz tiene una importancia relativa. Todo el tiempo en el que el líder estuvo hospitalizado él estuvo dando el dinero a la familia. Para costear las operaciones. Para que pudiera recuperarse. Para que todo se arreglara.

En un cuento con un (probable) final feliz, el héroe tiene que pasarlo mal. No había hecho más que empezar. Cuando nuestro pequeño correo de la pandilla me dijo un día que quería contarme su historia para que la gente conociera su vida y el (probable) final feliz que esperaba tener, no imaginé cuanto de esa historia ya era un cuento de aventuras antes de ni siquiera salir de su boca. Esas aventuras que le llevaron a seguir dando todo el dinero a la familia del líder muerto.


Hasta que el nuevo jefe -a rey muerto, rey puesto- al poco tiempo, su amigo, le dijo que dejara de entregar el dinero a la familia porque con el antiguo líder ya muerto, no había necesidad. Esa familia, tras dos meses de sin recibir dinero, dio la voz de alarma. Como suele pasar en todos los cuentos, por mucho de (probable) final feliz que puedan tener, si el protagonista está en un lío grande, con el paso del tiempo, el lío se hace inmenso y casi insalvable. Le querían matar. Nadie sabía quién se estaba quedando el dinero y el principal y único sospechoso era él.

Todas las pandillas son malas. Pero esta es peor. Extermina. Las pandillas suelen tener en torno a cuarenta miembros. Pero la suya era pequeña, de seis miembros en los mejores tiempos. Usualmente las pandillas matan y esperan un mes o dos para seguir. Sin embargo ellos mataban y volvían a la cueva. A su zona. Y volvían a matar. Y mataban. Y mataban... Volvían a matar y se escondían. Ellos gobiernan su zona con mano de hierro. Viven en el centro. Donde entra nadie. Ni la Salvatrucha ni la M18. Es una fronteriza entre los dominios de las dos maras. Los vecinos no saben nada porque desaparecen si conocen cualquier cosa. Simplemente “no saben”. Dominaban el centro y las maras fuertes no tenían interés en montar una guerra entre ellas por un territorio como ese que traerá problemas porque vendría el desequilibrio a toda la ciudad y al status quo actual entre Salvatruchas y M18. En esa pandilla, nuestro pequeño héroe en un cuento con (probable) final feliz, era un correo. Llegaba a los negocios de la zona según iban apareciendo. Quiero comprar bastante producto - decía-, pero mi tío quiere hablar con usted antes. La respuesta habitual era que no querían, que no tenían interés en ponerse al teléfono con nadie, pero cuando les enseñaba el arma, terminaban por agarrar el teléfono. Todo se “pactaba” en ese momento. A partir de ahí, pagos semanales. Las tarifas llegaban a los mil dólares en los puestos del mercado. Iban variando, pero había que pagar y eran cantidades insostenibles. Inevitablemente iban cerrando los negocios. Y el círculo vicioso o la pescadilla que se muerde la cola de este cuento con (probable) final feliz es que según se cierran las tiendas y puestos, ellos cobraban más a las que aguantaban, que por ello tenían también que cerrar... Y así es El Salvador y su realidad cada vez más empobrecida y con menos miras a llegar a salir de ese círculo vicioso de la pobreza y la violencia nunca.



A nuestro héroe, los otros tres que quedaban en la pandilla tras la muerte de el líder le encargaron una misión especial. Él sin saber nada pero con la intuición haciendo brillar en rojo y sonar muy fuerte la señal de alarma. Pero es un pandillero leal y va. Con el nuevo líder, con su amigo. El mismo que se ha ido quedando con el dinero y el que ha hecho que F se encuentre en esta situación de desconfianza y amenaza por parte de toda la pandilla y la dolida familia del finado líder anterior. El que lo metió en la vida de las pandillas. Va un taxi a por él, con su amigo el líder. Una hora de viaje, dos, tres, y cada vez es más evidente que algo pasa. Pero en el taxi, a su amigo le vienen los recuerdos, el valor de la amistad, la conciencia... O como queramos llamarlo, porque en los cuentos de (probable) final feliz hay muchas cosas que dan giros a la historia para que el protagonista siga vivo para llegar al final. Su amigo le cuenta como está la situación. Que van a matarlo. En esa misión. Pero que no quiere matarlo porque es su amigo y sabe todo lo que ha pasado. Excusa que en un retén de drogas lo habían parado y detenido y le deja escapar. Porque tienen temas de drogas también. Escapa y va a esconderse a casa de su abuela. Ya sabe que nunca más podrá asomar la cabeza por el territorio o se la cortarán. No sé si literalmente, pero no volverá jamás si no quiere pagar con su vida el viaje.

El jefe amigo fue detenido tiempo después. Alguno más de la pandilla también acaba en la cárcel. Creyeron que él lo había delatado, porque no estaba. Caen los soldados, pero las pandillas siempre sobreviven. Y tienen una deuda histórica que cobrar en forma de vida de F. F, el protagonista de este cuento con (probable) final feliz.

Aquel tiempo escondido lo pasó trabajando en el campo. La sacrificada agricultura. Él nunca había trabajado tan duro. Su vida estaba destinada a estudiar y tener un buen trabajo con menos horas y menos esfuerzo físico. Pero la agricultura es lo único que tiene para ayudar a su abuela mientras está escondido. Y eso hace su escondite cada vez más duro.

Entonces es cuando llega una de las partes claves de esta historia con (probable) final feliz. Nuestro héroe se echa una novia. Se enamora. La hija de una fiscal. Aunque la fiscal, por razones obvias, nunca sabe nada de quién es y por qué está allí. Igual que su novia. Simplemente son felices en la oscuridad que tiene su historia y la luz que consiguen juntos.

Aunque en esta historia hay que dejar la parte amorosa a un lado. Sí, es cierto que el componente romántico hace subir enteros e interés a cualquier cuento, pero esta es una narración de acción, sangre, sufrimiento y tensión. Y volvemos a ello porque enseguida F tiene que abandonar la zona e irse sin despedirse de ella, porque no quería meterla en problemas. Una de las partes importantes de esta historia con (probable) final feliz es que volverá a verla y explicará todo.

Uno de sus tíos lo saca de allí y lo lleva a escondidas a casa de su madre. Cualquier lector medio se preguntará, como yo hice, si ir a casa de su madre no suponía un inmenso riesgo. Si, lo conlleva. Pero a mí, no sé si al lector medio, me preocupa por la madre. Según parece, él no temía por ella. Porque si alguien es cristiano no lo pueden tocar. ¿Recuerdan aquello de que no se debe “escupir al cielo o te cae encima”? Quizás sea lo único que lo explique...




Su mamá le mandó al Cantón. Un sitio más seguro y escondido. Donde no llega nadie y no hay riesgo porque no van a ir a buscarlo allí. La conversación con su madre le llevó a esconderse aún más. El Cantón es un pueblo muy bien escondido. Nadie sabe de él. El que llega ahí no puede salir. Por una mera cuestión práctica: Para llegar o salir se necesitan tres horas de bus y dos horas caminando. Allí tiene familia. Familia que simplemente vive allí. De nuevo el aislamiento. La dura vida trabajando el campo. Cuatro meses. En ese tiempo va a una fiesta y tiene un accidente. Un artefacto explosivo “se despista” y el cemento que salta con el bombazo le roza un ojo. Un petardo o algo así es el responsable. Y entonces el aislamiento se convierte en un problema porque en el hospital del Cantón no pueden hacer nada y lo tienen mandar a la ciudad. Él sabe que no puede entrar allí que no puede pasearse por la ciudad. Pero entra, su ojo está casi perdido y asume “que pase lo que tenga que pasar”. Sin avisar a nadie. La menor información posible para minimizar riesgos y para que nadie lo sepa. Un tío va con él. Cuidando que no entre nadie en la habitación del hospital mientras duerme. Mientras duerme después de una operación que no consigue salvar demasiado, que no va del todo bien. En el tiempo postoperatorio que pasa allí descubre que está cerca de los pasillos donde llevan a tratarse a la gente de las prisiones. Y, como era de esperar en una historia con (probable) final feliz, por allí pasa la mujer del hermano del jefe muerto. Va habitualmente a cuidar a su hijo y le reconoce. Ya habían pasado seis años de todo y le reconoce. Seguro que llama y dice que “aquí está F”. Es la novia de su amigo, el que primero le salva, el que le metió en la pandilla, el que provocó casi todo. Con aquella chica tenía confianza. Chatearon.

- ¿Cómo están las cosas? Mirame, tú estás acá.
- Ya saben donde estás. Tu también has vuelto, estás acá...

Le tocaba volver a curación a menudo. Empezó a ir solo. Para no meter a nadie en problemas.
En taxis con cristales polarizados. Pero era cuestión de tiempo de que supieran cuando iba o venía. Aquí volvió su intuición. Siempre consideró que iba un paso adelante de ellos, y aquel día fue un paso adelante, y en moto. Mandando también al taxi delante.

Vio como pararon el taxi a punta de arma. Un arma de esas que sólo salen en las películas y en las historias con (probable) final feliz. Él detrás viéndolo todo, con su casco también polarizado, en una moto con un amigo. Un amigo que no sabe nada de nada y que no piensa en el mal. Que no imagina hasta qué punto están en riesgo.



Ya no volvió a ir a curación más. Se hacía las curas en casa. Entre el inasumible riesgo y que el doctor le dijo que ya nunca iba a recuperar la visión, a pesar que tenía que seguir curándose para no perder totalmente el ojo, todo estaba decidido.

El tiempo y la vida empiezan a cambiar. Pasan los días y los meses. El campo, la soledad, el trabajo duro, los estudios retomados. Termina el noveno grado y completa la secundaria a distancia. Todo por seguir por el bien. Por volver al buen lado de las cosas, al lado bueno de la vida. Pasan los años. Tres años en el Cantón. En el campo. Desesperado. No veía la luz a la historia con (probable) final feliz. Quiere salir. Al norte. A los EEUU. La única salida posible a todo. Y aquí debemos dar otra vez el toque romántico para continuar: Contacta con su novia por facebook. La busca y la encuentra porque la quiere volver a ver. Para despedirse, para explicarle todo. Ella no contesta. Simplemente “me fallaste”. Aunque con el tiempo le dice que realmente no puede volver a él. Que le ofrece la amistad pero no puede. Porque está en EEUU con la familia por la misma situación que tanta gente En el mismo estado que ha pensado ir él porque tiene un tío allí viviendo. Allí podrán platicar y explicarse. Quizás puedan verse y contarse. Su tío le va a buscar un coyote que le va a llevar a Washington. Ahora que ya está por aquí y todo casi quedó atrás.

Aquella conversación con su antigua novia, con el amor de su vida, era lo que le faltaba para decidirse totalmente a salir. Dos amigos con los que pensaba subir se arrepintieron al final. Habló con otro tío suyo (Nota del editor: Sí, son muchísimos tíos los que han salido ya y es posible que se pierda el hilo de la historia, pero las familias centroamericanas van sobradas de miembros) para ir juntos. Un tío que está aquí con él ahora mismo. Y otro que se quedó en el camino. Hablan y él primer tío, que ha subido dos veces sin cruzar la frontera, también quiere hacerlo y ya conoce. Con sólo veintitrés años. Luego está el otro que se une. Él que se regresó. Por el susto del tren. Pero eso ya vendrá después. Ahora viene el relato del camino. Del camino de esperanza en la historia con (probable) final feliz.

Salieron. Con mucho cuidado. Como debe ser. Especialmente porque tiene que pasar por los mismos lugares prohibidos y peligrosos de hace unos años para tomar el bus. No se olvida nada por esas tierras, por mucho tiempo que pase. Vuelve a aparecer en él su intuición. Como otras veces en esta historia con (probable) final feliz. Desconfía de todo y se sube a un bus que paga hasta la frontera pero se baja a mitad. Por desconfianza y, sobre todo, miedo. Otro bus al día siguiente, hasta Guatemala. En Guatemala cruzaron el río ya con rumbo a México y a EEUU.

Llegaron a Arriaga sin problemas. Pasaron una noche en el Albergue. Esperando al tren. Salieron instalados en los vagones tranquilos, pero al poco de salir, el tren sale y suelta esos los vagones. Corren para montarse de nuevo antes de que lo pierdan, y llegan a subir en medio del tren. Casi sin espacio. Hacinados. Pero consiguen ir descansando haciendo turnos. A las cuatro o cinco horas de camino, de repente, para el tren.

- ¡¡Bájense, verga!!

Todas las personas se tiran del tren. Tan terrible que alrededor del tren se pueden intuir personas colgadas en las vallas que rodean la zona. Por la oscuridad, tratando de huir, el salto conduce a la muerte o a las lesiones graves. Se estampan de terror contra los alambres de espino y las varas metálicas. Él se queda arriba. Esta vez la intuición tomó forma en la persona de su tío que le dice que no corran agarrándole la mano y se quedan tumbados. Se sube uno con machete por el lado del frente y salen a correr los dos tíos y él. Sólo dos o tres vagones y se paran. Vienen por detrás, con las armas apuntando. Si corren es porque llevan dinero. Parados y escondidos, pensando que ya no les veían hasta que notaron cómo volvieron a subir y un asaltante les enfoca con una linterna a los tres. Les disparan, saltan del tren y corren. Casi le alcanza un tiro en el pie. Al ver el tema, se tiende en el suelo, pero sus tíos siguen corriendo. Ve que se alejan, quiere ir con ellos pero ve que en cuanto empieza a hacerlo hay uno esperándole diciendo “ !!Si te pasas te parto¡¡”. Le capturaron.

Bajan al grupo. A él por tratar de huir le golpean. Les dio todo el dinero. Se hace un lado para tratar de escapar y le dicen que si se escapa le matan. Le dieron un porrazo y le tiraron las gafas. Él dijo que si lo dejaban ahí y no subía al tren el nunca saldría de allí. Alguien vio que tenía problemas en los ojos y extrañamente se “apiadó” un poco de él. Le dejó subir. Intentó subir con solo un boxer como toda indumentaria. Como pudo se agarró al tren. Pero pasó cinco minutos agarrado sin poder subirse. Las ramas golpeando su espalda y él sabía que no podía bajarse tampoco. Se asió a la vida como pudo, pero la tensión vividas y las lesiones eran demasiadas.




Hasta que, inevitablemente, cayó. Salió corriendo como pudo. Quizás es el momento del cuento con (probable) final feliz donde la tensión sube más porque no vemos cómo nuestro héroe va a poder salir de ésta. No se podía parar por las espinas. Todo era agreste y amenazante. Alcanza un vagón y consigue subir arriba. Un guatemalteco le echa la mano para subirlo. Pero pasa media hora y recuerda, es consciente, y se da cuenta de todo. La preocupación por sus tíos se torna en pavor. Busca por todos lados. Sin saber. Ya los daba por muertos aunque su cabeza no lo aceptara. Lo que más le afectaba era que no encontraba explicación que contar a la familia.

Aterrado y aterido. No soportaba el frío pero le fueron dando un sueter, un pantalón... La solidaridad del camino. Los que venían con guía. Ellos tienen más porque a ellos normalmente no les atracan. Pasan las horas. No sabe si más rápidas o más lentas de lo habitual. Esos momentos que van recuperándote como persona porque has estado a punto de dejar de serlo. Sin olvidar que tienes bastantes posibilidades aún de que todo cambie para peor en unos instantes. Quizás pasaron dos o tres horas. Decían que eran las cuatro de la madrugada. Su obsesión era bajar. Se le metió en la cabeza bajar para por lo menos quedarse con los cuerpos. Era lo menos que podía hacer, no importaba qué le podría pasar a él. Pero si no bajaba a buscarlos simple y para siempre desaparecerían. Invisibles para el mundo. Empezó a ir vagón tras vagón hasta atrás, para saltar por el último. Pero en el ultimo vagón estaban. ALEGRIA. Música sinfónica subiendo el volumen a tope mientras enfocamos los emocionados rostros y nos recreamos con los abrazos, lágrimas y sonrisas. Momentos de gran alegría y emoción para todos.

Se “acomodaron” y pasaron el resto del viaje conversando. Aunque no tenían muy claro qué decirse ni qué iban a decir a la familia. Llegaron a Ciudad Ixtepex. Donde sabían que había un buen albergue, tranquilidad, cierta seguridad. Donde estamos nosotros y por eso podemos contar el cuento del (probable) final feliz. Porque él me vio escribiendo y quiso que escribiese su historia antes de que algo pudiera borrarla.


Al llegar a Ciudad Ixtepec entra la desesperación en uno de los tíos. Miedo, pavor, terror. No puede seguir. Por buscar mejor vida no tiene sentido seguir, porque seguro que más arriba puede fracasar, o incluso algo peor. Es demasiado para él. Lo de el tren le ha derrotado aunque creamos que ha salido sano y salvo. Le intenta convencer para volverse los dos. Pero él sabe que puede hacer una vida normal en su país, que la vuelta para él no es una opción. F sabe que el riesgo que conlleva seguir hacia arriba, seguir tomando tren y la vuelta a su país, es el mismo. Y opta por el tren porque lo otro ya lo conoce y sabe que es cuestión de tiempo. Vino el cónsul de su país y pidió que atestiguaran los del asalto. Él no quiso. Pensaba que estas cosas en México funcionaban como en El Salvador. Que si atestiguaba, en el mismo albergue le podían dar su merecido. Pero el cónsul le convence. Si Dios le trajo hasta acá, debe hacerlo. Se lo debe a su obsesión por llevar una vida buena, por recorrer el buen camino. Lo hace y descubre que se puede quedar aquí arreglando papeles para estar legal en México. Ya no habría necesidad de tren. El cuento con (probable) final feliz va a acercándose a su meta.

Pero siempre hay giros en el destino cuando todo parece ir mejor, cuando todo parece encauzarse. En una de las salidas al centro del pueblo, a la Plaza Garibaldi, a lo que todos los migrantes llaman el parque, ve a uno. De otra pandilla. Hizo que no lo conocía. Realmente, a fin de cuentas es otro. El pandillero no lo reconoce o hizo que no se acordaba de él. Piensa que ya lo tienen localizado. Sale corriendo aterrado en taxi hasta el albergue. Desde entonces no sale de aquí.

Me confiesa que dio un nombre falso en el albergue. En el registro informático que se hace a todo el que llega. Y que también se mueve con nombre falso para los demás. Hasta su tío, el que se quedó aquí, le llama por el nombre falso. Me lo dice. Agradezco el gesto, y rápidamente lo borro de mi cabeza para no acumular algo que no necesita nadie que archive en mi disco duro personal. Mejor dejar ese espacio para cualquier cosa, por muy inservible que sea. Por cosas como estas está vivo. Siempre ha sabido pensar. Cree haber ido un paso por delante de sus peligros. La intuición.

Con el paso de los días vuelve a valorar, en la espera para salir, mientras aguarda los papeles, en más opciones. En la verdadera opción. En lo que puede dar sentido a este cuento con (probable) final feliz. Su última opción antes de tirar de su tío en Washington y que le consiga un pollero. Su “novia”. Para que le eche una mano. Pero está estudiando y no puede. Aunque ella quisiera no puede. Y no está tan claro que quiera. Ahora sabe que lo “único” que tiene que hacer es esperar. Esperar pacientemente y cuando llegue el momento de “poner la huella”, preocuparse de conseguir dinero para llegar a la frontera. Allí le ayudará su tío. Ahora necesita dinero para llegar. Y el dinero es difícil de conseguir si tienes miedo a salir del albergue. En esas está. Esperando el (probable) final feliz de esta historia.

El (probable) final feliz que sería cruzarse en Washington DC con ella. Su sueño. Lo que verdaderamente le da fuerzas para seguir.

Mientras, me cuenta como no olvida a ella llorando en el techo de su casa. Después de la última discusión. Cuando ella le vio pasar y bajó a cantarle al oído una canción de Kalimba que dice algo así como que: Yo no quería quererte, pero al fin lo hago. La memoria es caprichosa, no hay ninguna canción de Kalimba que diga eso exactamente, pero en los cuentos con (probable) final feliz hay que hacer alguna concesión a variar datos para que todo quede más bonito...


Se abrazan y se va al día siguiente “Prométeme que no andas en nada malo” le pide ella, con lágrimas en los ojos. Y nunca se volvieron a ver después de aquello.

Ahora sólo queda pensar en que esta historia, a pesar de todo lo contado, tendrá un (probable) final feliz...





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