jueves, 13 de febrero de 2014

Historia de una foto (Volumen 3): El ruido de tus zapatos








De pequeño siempre quise tener una zapatería. Me encantaba que mamá me llevara a comprar zapatos porque no encontraba sensación mejor que la del zapatero agachado a mis pies cambiándome un zapato tras otro. Me sentía muy cómodo probándome zapato tras zapato hasta encontrar el que me quedaba bien y mejor se adaptaba a mis pies.

La Bestia no entiende de comodidades. No está preparada para pasajeros. Aunque siempre venga llena de ellos. Incluso hay vagones donde no se puede viajar porque, por si fueran pocos los peligros que ya hay en el viaje, si te montas en los que llevan materiales químicos, los gases que suben te pueden matar. Usualmente vienen vacíos esos vagones. Es curioso ver cómo en el techo de unos cuantos van hacinados casi sin espacio montones de migrantes, y de repente aparecen tres o cuatro con el techo vacío. Esos son los químicos. Además, por si fuera poco, algunos maquinistas se quejan de que la marcha de La Bestia se ralentiza porque hay gente que se sienta en los respiraderos y eso la hace funcionar peor.

Los zapatos son un bien muy preciado en el camino. Un zapato con la suela desgastada puede suponer un resbalón inadecuado. Si te resbalas de La Bestia puede acabar todo. Unos zapatos que no te ajusten bien puede impedir subir o bajar bien del tren o intentar huir cuando vienen a por ti y la única posibilidad es correr. Muchos llegan descalzos al albergue. Los zapatos son un bien tan preciado que es de las primeras cosas que pierde alguien al ser atracado. Después del dinero y sus credenciales, claro. Hay tantas historias de gente que dejan en ropa interior y se tienen que sentir afortunados porque no los han matado que ver una fila de pies calzados en lo alto de La Bestia es como ver los rayos de sol que se cuelan por cientos entre las ramas de los árboles de manera inesperada cualquier día de invierno.

Los zapatos son tan preciados y escasos que medio albergue va en chanclas. Cuando paseas por el mercado de los domingos en Ixtepec te das cuenta de por qué hay tantas chanclas en el albergue. Las más baratas y más duras. Entre los montones de zapatos de algún puesto del mercado -muy similares a cualquier mercadillo español salvo por el tamaño de los zapatos que es bastante menor- destacan unas sandalias cubiertas de tela y plástico, sufridas y con pinta de resistentes. Son el último grito.

De pequeño miraba a los limpiabotas. No me gustaba su trabajo, me parecía degradante. Aunque cuando era pequeño no sabía qué significaba la palabra degradante. Ni siquiera que existía. Supongo que son cosas de mi cabeza que ya estaba así de mal desde pequeñito. Pero desde entonces ya no me gustaba que alguien altanero pusiera sus zapatos a disposición de otro para que se afanara en lustrar, dar brillo a los zapatos, mientras tiene la mirada perdida o lee un periódico cómodamente sentado desde una posición de superioridad. Me gustaba que los zapateros me trajeran unos y otros zapatos hasta encontrar el adecuado pero detestaba el hecho de que existieran limpiabotas. He tenido un par de conversaciones en este tiempo con migrantes con pocos pesos en el bolsillo que esperan juntar unos cuantos para limpiar sus zapatos. Y dudan entre el limpiabotas o, por un poco más, comprar útiles para limpiarlos ellos mismos. Les duraría más tiempo. Podrían limpiarlos varias veces. Si los conservan. Tremenda duda. Extraña cuando ves la imagen de los pies colgando de La Bestia y piensas en lo que les espera en el camino una vez que esos zapatos, brillantes o no, tomen camino nuevamente para saltar sobre esa devorasueños.

La fila de zapatos de la foto traía a gente detrás. No se puede ver en la foto, peor tras esos pies calzados hay personas. Vidas, sueños, proyectos, ilusiones. En las estanterías de la zapatería a la que me llevaba mi madre y que tanto me gustaba de pequeño, había historias que yo nunca viviría a no ser que eligiera el par perfecto e indicado para ello. Años después vuelvo a mirar a los pies de la gente y pienso que no somos conscientes de la importancia que tiene ir bien calzados. No me gasto ni un duro en suelas porque siempre voy a dos metros del suelo, como diría La Cabra Mecánica y he perdido el gusto por ver al zapatero probándome un zapato tras otro. La fila de zapatos de la foto va mucho más alta. Pero también tararean. Igual que sin poesía la luna sólo sería la luna, unos zapatos sin caminar, sólo serían unos zapatos en el muestrario de la zapatería que tanto me gustaba de pequeño.





B.S.O. I: "Shalala" (La Cabra Mecánica)

B.S.O. II (Con postdata aclaratoria): Probablemente Con total seguridad esta canción de La Arrolladora Banda El Limón, "El ruido de tus zapatos", es la canción que más se escucha en estos momentos por el Istmo. Una canción de zapatos en una historia sobre zapatos. ¿Demasiado obvio? Quizás, pero no hay quién se quite esta rola (canción) de la cabeza. Una canción de banda, ese fenómeno que se ha producido en México en el cual la música de éxito actualmente está interpretada por bandas que hasta hace poco sólo tocaban música instrumental y que un buen día decidieron poner letra y un cantante a sus canciones. En ese momento todo cambió. Como cambia nuestro concepto de la geografía cuando vemos que el Mediterráneo de Serrat en los karaokes abarca de ARGENTINA hasta Estambul, el de ortografía cuando en Sin tu latido de Aute, HAY amor mío y, para nuestra desgracia, el de nuestras ilusiones personales cuando descubrimos que no hay canciones de Chiquetete...

El porqué sabemos todo esto será ya otra historia...

(No sabemos si con zapatos o no)


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