De pequeño siempre quise
tener una zapatería. Me encantaba que mamá me llevara a comprar
zapatos porque no encontraba sensación mejor que la del zapatero
agachado a mis pies cambiándome un zapato tras otro. Me sentía muy
cómodo probándome zapato tras zapato hasta encontrar el que me
quedaba bien y mejor se adaptaba a mis pies.
La Bestia no entiende de
comodidades. No está preparada para pasajeros. Aunque siempre venga
llena de ellos. Incluso hay vagones donde no se puede viajar porque,
por si fueran pocos los peligros que ya hay en el viaje, si te montas
en los que llevan materiales químicos, los gases que suben te pueden
matar. Usualmente vienen vacíos esos vagones. Es curioso ver cómo
en el techo de unos cuantos van hacinados casi sin espacio montones
de migrantes, y de repente aparecen tres o cuatro con el techo vacío.
Esos son los químicos. Además, por si fuera poco, algunos
maquinistas se quejan de que la marcha de La Bestia se ralentiza
porque hay gente que se sienta en los respiraderos y eso la hace
funcionar peor.
Los zapatos son un bien
muy preciado en el camino. Un zapato con la suela desgastada puede
suponer un resbalón inadecuado. Si te resbalas de La Bestia puede
acabar todo. Unos zapatos que no te ajusten bien puede impedir subir
o bajar bien del tren o intentar huir cuando vienen a por ti y la
única posibilidad es correr. Muchos llegan descalzos al albergue.
Los zapatos son un bien tan preciado que es de las primeras cosas que
pierde alguien al ser atracado. Después del dinero y sus
credenciales, claro. Hay tantas historias de gente que dejan en ropa
interior y se tienen que sentir afortunados porque no los han matado
que ver una fila de pies calzados en lo alto de La Bestia es como ver
los rayos de sol que se cuelan por cientos entre las ramas de los
árboles de manera inesperada cualquier día de invierno.
Los zapatos son tan
preciados y escasos que medio albergue va en chanclas. Cuando paseas
por el mercado de los domingos en Ixtepec te das cuenta de por qué
hay tantas chanclas en el albergue. Las más baratas y más duras.
Entre los montones de zapatos de algún puesto del mercado -muy
similares a cualquier mercadillo español salvo por el tamaño de los
zapatos que es bastante menor- destacan unas sandalias cubiertas de
tela y plástico, sufridas y con pinta de resistentes. Son el último
grito.
De pequeño miraba a los
limpiabotas. No me gustaba su trabajo, me parecía degradante. Aunque
cuando era pequeño no sabía qué significaba la palabra degradante.
Ni siquiera que existía. Supongo que son cosas de mi cabeza que ya
estaba así de mal desde pequeñito. Pero desde entonces ya no me
gustaba que alguien altanero pusiera sus zapatos a disposición de
otro para que se afanara en lustrar, dar brillo a los zapatos,
mientras tiene la mirada perdida o lee un periódico cómodamente
sentado desde una posición de superioridad. Me gustaba que los
zapateros me trajeran unos y otros zapatos hasta encontrar el
adecuado pero detestaba el hecho de que existieran limpiabotas. He
tenido un par de conversaciones en este tiempo con migrantes con
pocos pesos en el bolsillo que esperan juntar unos cuantos para
limpiar sus zapatos. Y dudan entre el limpiabotas o, por un poco más,
comprar útiles para limpiarlos ellos mismos. Les duraría más
tiempo. Podrían limpiarlos varias veces. Si los conservan. Tremenda
duda. Extraña cuando ves la imagen de los pies colgando de La Bestia
y piensas en lo que les espera en el camino una vez que esos zapatos,
brillantes o no, tomen camino nuevamente para saltar sobre esa
devorasueños.
La fila de zapatos de la
foto traía a gente detrás. No se puede ver en la foto, peor tras
esos pies calzados hay personas. Vidas, sueños, proyectos,
ilusiones. En las estanterías de la zapatería a la que me llevaba
mi madre y que tanto me gustaba de pequeño, había historias que yo
nunca viviría a no ser que eligiera el par perfecto e indicado para ello. Años después
vuelvo a mirar a los pies de la gente y pienso que no somos
conscientes de la importancia que tiene ir bien calzados. No me gasto
ni un duro en suelas porque siempre voy a dos metros del suelo, como
diría La Cabra Mecánica y he perdido el gusto por ver al zapatero
probándome un zapato tras otro. La fila de zapatos de la foto va
mucho más alta. Pero también tararean. Igual que sin poesía la
luna sólo sería la luna, unos zapatos sin caminar, sólo serían
unos zapatos en el muestrario de la zapatería que tanto me gustaba
de pequeño.
B.S.O. I: "Shalala" (La
Cabra Mecánica)
B.S.O. II (Con postdata
aclaratoria): Probablemente Con total seguridad esta canción de La
Arrolladora Banda El Limón, "El ruido de tus zapatos", es la canción
que más se escucha en estos momentos por el Istmo. Una canción de
zapatos en una historia sobre zapatos. ¿Demasiado obvio? Quizás,
pero no hay quién se quite esta rola (canción) de la cabeza. Una
canción de banda, ese fenómeno que se ha producido en México en el
cual la música de éxito actualmente está interpretada por bandas
que hasta hace poco sólo tocaban música instrumental y que un buen
día decidieron poner letra y un cantante a sus canciones. En ese
momento todo cambió. Como cambia nuestro
concepto de la geografía cuando vemos que el Mediterráneo de Serrat
en los karaokes abarca de ARGENTINA hasta Estambul, el de ortografía
cuando en Sin tu latido de Aute, HAY amor mío y, para nuestra
desgracia, el de nuestras ilusiones personales cuando descubrimos que
no hay canciones de Chiquetete...
El porqué sabemos todo
esto será ya otra historia...
(No sabemos si con
zapatos o no)
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