El que escribe tiene
envidia del que hace la foto. Nunca podrá transmitir tanto por
muchas y acertadas palabras que use como una buena fotografía.
Aquello de que una imagen vale más que mil palabras no es del todo
cierto, pero podemos negociar la exactitud de la frase si nos ponemos
en un margen de doscientas a cuatrocientas.
Es algo clásico.
¿Recuerdan el cuento del pincel inseguro? Aquel pincel, en manos de
un artista en ciernes, que no podía soportar que todo lo bien que
quedara el cuadro fuera mérito de los colores al óleo que él
desparramaba con sus cabellos. Eso le intranquilizaba y ponía
nervioso y hacía que cada pincelada que era obligado a dar por el
pintor tuviera un trazo irregular, inseguro y deslavazado, lo que
daba aún más belleza a la obra. Mientras tanto, el óleo, fuera del
color que fuera, se reprimía y diluía en la pena que le daba ser un
mero agente que manchaba el lienzo, el verdadero protagonista de la
obra, según su manera de mirar las cosas. El lienzo, blanco y áspero
por naturaleza, se irritaba de pensar que todo el mérito se lo
llevara el pincel al que él cedía su cuerpo para ser acariciado, y
respondía con la firmeza o flexibilidad necesaria a cada contacto
con sus pelos. Todos se miraban entre sí, sin comprender qué habían
hecho en anteriores vidas para ser tan desgraciados de no conseguir
lo que los otros conseguían, sin reparar que el pintor los odiaba
con toda su alma por saber que sin ellos no sería nadie nunca. ¿Lo
recuerdan? Probablemente no, porque me lo acabo de inventar, pero
algo así sucede cuando uno se pone a dar palabras a una foto que ya
de por sí habla por sí sola.
Darinel ya no está por
aquí. Acaba de partir y es feliz por ello.
Marisela no debería
haber estado tanto tiempo aquí, pero sigue con nosotros. Las
circunstancias que la rodeaban cuando llegó, hicieron que tuviera
que quedarse un tiempo que en ningún momento estaba contemplado ni
se le había pasado por la cabeza.
Darinel era un tipo
aparentemente seguro de sí mismo. Sonrisa perpetua, seductor nato.
Su tiempo en el albergue estaba lleno de maniobras de acoso y (casi)
derribo a toda aquella chica que llegaba a hacer el voluntariado.
Pocas le negaban la atención y pocas le hacían torcer el gesto.
Alemanas, americanas, mexicanas... No tenía ninguna predilección
especial, simplemente todas eran susceptibles de ser seducidas por
él.
Marisela es el prototipo
de niña que es guapa y lo sabe. Un encanto en las distancias cortas
y un amor en las largas. Le gusta pasar más tiempo con el personal
del albergue que con sus compañeras o compañeros migrantes. Se sabe
bonita y se deja querer con ingenuidad impostada.
Darinel y Marisela
empezaron a acercarse por mera ley de la gravedad. Probablemente, con
Marisela a Darinel no le funcionó nada de lo que trabajaba con las
voluntarias. Seguramente con Darinel Marisela no pudo hacerse la
ingenua que sonreía. Así que cuando se juntaron, todo pasó a ser
algo interno y diferente a lo que eran por separado los dos. Se
miraban y tocaban como dos adolescentes primerizos, inspirando una
ternura que no es propia de estos lares. Paseaban y se perdían como
si el tiempo y las circunstancias no existieran.
En la foto, estremece ver
el infantil juego de niños de dibujarse con bolígrafo sus nombres y
un corazón en un lugar donde se persigue que se hagan tatuajes unos
a otros porque es una peligrosa práctica habitual. Porque el tatuaje
en según qué personas y según qué sitios, puede ser una tinta muy
fácilmente mutable en sangre.
Darinel se ha ido con
toda la felicidad del mundo porque sigue su camino en pos de un
sueño, pero ha dejado la tristeza que le ataca en forma de añoranza
y recuerdos. En forma de Marisela y todo lo que son el uno para el
otro.
Marisela vaga por el
albergue aparentemente entera y feliz. Pero se la ve más perdida e
incompleta. Aunque no pierda la sonrisa ni la coqueta mirada de
ingenuidad impostada.
Darinel y Marisela son de
ese tipo de gente que sale bien en las fotos. Sólos o acompañados.
Pero en la fotografía que da sentido a esta historial, salen mejor
aún por lo que supone la suma de sus partes, que están pendientes
las unas de las otras, sin pensar en el objetivo con el que Dani les
inmortaliza. En esa instantánea de la que nadie está preparado para
poner unas líneas ni generar una historia con ello. Perdonen
ustedes, y disculpen las molestias. Son celos y nada más, de alguien
que no sabe hacer fotos bonitas...
Postdata: Esta historia,
obviamente, debe llevar anexadas el resto de fotografías que fueron
tomadas en torno a la que le da sentido. Aquí debajo las tienen,
para que quede constancia documental de que tampoco es fácil hacer
una foto hermosa, aunque algunas pensemos que se hacen solas.
¿Recuerdan el cuento del pincel inseguro?
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