Esta es la historia de
una iguana. Una de muchas, una de tantas. Historias e iguanas. Bueno,
no de tantas iguanas, porque hemos visto muchas lagartijas,
salamanquesas... Pero iguanas sólo una. Aunque llevemos tiempo
persiguiendo una cantina donde comerla, puesto que dicen que está
deliciosa y por esta zona se come. Pero no. Ni armadillo, ni
escuincle, ni jaguar... Aunque sí huevos de tortuga o chapulines.
Es la historia de una
iguana que apareció embarazada por el albergue y alguien la cazó.
Incluso nos la pasamos de unos a otros sintiendo los huevos en su
interior.
Cuando la vida se para y
esperas algo, aunque no sepas lo que es, ves que los días son muy
largos y que cualquier alteración de la rutina habitual es un
regalo. Un regalo en forma de iguana.
Regalos para personas que
están y a lo mejor ya ni van ni vienen. Porque muchos huyen y
bastante tienen con sentirse seguros y arropados aquí. Porque muchos
esperan legalidad para seguir camino pero saben que tardará y cada
vez tienen más miedo a continuar.
Aunque lo peor es lo que ni siquiera pueden salir de aquí porque los esperan y sabemos que en cualquier momento, a la menor oportunidad, les van a hacer algo.
Les hablaría del caso de
la chica que vino destrozada porque la perseguían para meterla en
una trata de blancas y una vez aquí tuvo que aguantar que le
ofrecieran tranquilamente, con mayor de las desfachateces, dinero a
cambio de sexo. Sin llegar siquiera a la mayoría de edad. Y de cómo
a esa persona, le encontraron un trabajo para servir comidas en una
casa y en seguida se detectó a tiempo que intentaban
prostituirla. Hoy está a salvo. Aparentemente. En otro lugar. Pero
sabemos que es cuestión de tiempo que vuelva a tener un incidente
desagradable. A fin de cuentas, hay lugares en el mundo donde ser
bella es un verdadero problema. Pero no es de lo que toca hablar hoy.
Una guitarra o un balón
de fútbol pueden ser más valiosos que algún centímetro más en
aquel tablón que cayó del Titanic y en el que sólo cabía Kate
Winslet por ello y llevó a la muerte a Leo Di Caprio.
Aquel chico que hablaba
más en inglés que en castellano porque le parecía cool, que me
llamaba Marvin por un amigo de los Estates que se parecía a mí y
que tras hacer la primera llamada a su casa al llegar al albergue y
preguntarle qué tal, sin más interés que por hablar de algo, nos
agradeció profundamente y con gran alegría haber podido hacer la
llamada porque le habían avisado que estaban esperándolo para
matarlo. Y con una sonrisa casi perpetua y una voz de caricatura
pilla, se pasó un tiempo por aquí, muy colaborador, riendo siempre
y haciendo bromas, y contando alguna que otra historia cuando se le
insistía y se veía en confianza, de sus tiempos en las maras y la
huida luchando por su vida. Se fue a tomar la ruta del Pacífico
cuando supo que en el albergue ya no estaba seguro porque le habían
localizado e iban a estar a la expectativa en cuanto cometiera un
error y pusiera un pie fuera del albergue.
Pero esta es la historia
de la iguana. De esas cosas que pasan mientras la población del
albergue mira la vida pasar, que alegran y entretienen. Esa iguana que
poco después estaba reposando en las ramas altas del árbol. El
árbol en torno al cual el Padre Alejandro Solalinde construyó el
Albergue. El inicio de todo. Ese árbol que servía de cobijo a los
que se acercaban al Padre cuando los llamaba porque en grupo, todos
juntos podrían pasar las noches más seguros y vigilarían y
cuidarían unos de otros. Alrededor de ese árbol que da tan buena
sombra y cobija hasta a iguanas aburridas y embarazadas, se ha
construido un albergue que es un verdadero hogar para muchas personas
que no pueden estar en otro sitio. Un albergue donde aportamos
nuestro granito de arena para que todo sea cada vez mejor y para que
todos y todas lo vean un sitio acogedor y lo sientan como su casa,
como es la idea del Padre Solalinde. Incluso realizando talleres
educativos (Inglés, Educación Sexual, Manipulación de Alimentos,
Animación a la Lectura...), lúdicos, deportivos, e incluso tocamos
la guitarra, cantamos o “jugamos” al fútbol.
Pero en este albergue
suena ahora “Oye mi amor” de Maná por un gran altavoz que
tienen los migrantes a su disposición y en el que meten sus tarjetas
de memoria con música. Y así miran la vida pasar, pero de verdad,
con Maná no se puede...
(Interrupción del relato
provocada por un abandono momentáneo del teclado para conseguir que
cambien la canción mediante ruegos, sobornos e incluso amenazas).
Esta es la historia de
una iguana a la que conocimos porque alguien en uno de esos momentos
de mirar la vida pasar, subió a un tejado y la capturó. Luego nos
hicimos fotos, nos reímos, y se perdió por las ramas altas del
árbol a reposar. Tumbada sobre su barriga llena de huevos y las
patas colgando por los lados de la rama.
Por ambos lados. Como
mira un muchacho del albergue cuando oye la palabra cárcel.
- Eso no lo digas
ni en broma.
- ¿El qué?
- Lo de ir a la
cárcel... Ni en broma, con esas cosas no se juegan.
No sabemos por qué, pero
estuvo cuatro años en una cárcel salvadoreña. Tres de ellos,
durmiendo bajo la cama. El último ya consiguió una cama. No sabemos
ni por qué estuvo en la cárcel, ni cómo consiguió la cama a los
tres años, pero hay cosas que ni en broma se pueden preguntar.
Como el significado de
ciertos tatuajes. Como la diferencia entre ciertos tipos de rosarios.
Nos han enseñado a distinguir algunos rosarios. Sobre todo los de
Matamoros. Esos son los que reconocen los mareros. Los que saben de
ciertos temas. Los que los ven y asumen que quien lo lleva es uno de
los suyos o alguien que sabe quiénes son los suyos. Da cierto miedo
empezar a mirar lo que cuelga de los cuellos e imaginarse
personalidades y actividades. Sobre todo si estás sacando dinero del
banco y los de la ventanilla de al lado sacan diez veces más que tú,
tienen algún que otro tatuaje inequívoco y cuelgan de sus cuellos
rosarios típicos de Matamoros. Por cierto, los más bonitos que se
ven...
Dani me ha dicho que
vuelven a subir las temperaturas mañana. Volvemos a rondar los 35.
No me ha preocupado. No bajamos mucho más cuando en teoría “no
hace tanto calor” o “refresca por la noche”. El calor
acrecienta la sensación de estar mirando la vida pasar porque la
actividad se ralentiza, el sudor aparece, las ganas de nada se hacen
con el poder de la voluntad...
Esa voluntad que lleva a
alguno a salir de su país corriendo porque sabe que van a intentar
matarlo en breve. Como aquel que echa la culpa de todo a las mujeres.
De su dicha y su desdicha. De cómo se puede perder una carrera
militar muy avanzada por acostarse con la hija de 13 años de su
coronel, preguntarle qué puede hacer para ayudarlo por ser un tipo
de su total confianza y tener el encargo de matar al responsable. O
sea, de matarse a sí mismo aunque el coronel no lo sepa. Por eso se
huye rápido y con lo puesto. Porque puedes tener a alguien que te
está esperando arriba pero que cuando ve que estás subiendo por
fin, no te ayuda y te da evasivas a cualquier petición de ayuda,
sobre todo monetaria. O te vuelves porque sabes que ya no merece la
pena cruzar porque todas las veces que lo has hecho ha salido mal y
te resignas a pensar que a la vuelta, tu país, quizás no sea tan
malo. Esa voluntad que se intenta comprar por unos pesos para dar
información sobre alguien o para sacar a alguna chica del albergue
con cualquier excusa para que una vez allí sea raptada y usada en
una red de prostitución. O simplemente asumir que robar o
prostituirse no estuvo mal porque era el único escenario posible en
el que tenías posibilidades de seguir con vida.
Son las cosas del día a
día. Cuando alguien te llora porque su vida está a millones de
kilómetros de lo que debería ser una vida normal, medio decente o
con cierta esperanza, al verse solo y reconocer la derrota en el
momento en que nadie le ve reconocer la derrota. Porque aquí las
derrotas sólo sirven para dar lástima y aprovecharse de la ayuda,
y pocos pagan el precio de aceptarlas cuando es más fácil mostrarse
duro, entero, seguro y más fuerte que nadie. Simplemente, asumir que
el alcohol es un problema para ti, cuando ni siquiera tienes para
costeartelo, es una derrota por goleada.
Suena “La Fiesta
Pagana” de Mago de Oz. Imagino a miles de fresas (pijos) en la
fiesta del pueblo cantándola a voces como si fuera con ellos en la
caseta del PP, pero lo que veo es a varios migrantes sentados tras un
altavoz de dimensiones extrañas, mayor de los que puedes encontrar
en muchos bares españoles.
Tranquilos.
Riendo.
Fumando.
Retándose.
Mirando.
Mirando pasar con sus
muletas al chico al que apuntaron un dedo del pie hace poco por estar
cangrenado. Escuchando su explicación para los que no la saben.
- Pero vagando por el mundo, mientras se pueda vagar...
Porque como decía Serrat
en “Vagabundear”,
“Es hermoso partir sin
decir adiós,
serena la mirada, firme
la voz.
Si de veras me buscas,
me encontrarás,
es muy largo el camino
para mirar atrás.”
Mirando...
Sobre todo mirando la
vida pasar...
¿Y la iguana? ¿Qué
pasó con la iguana? Porque esta es la historia de una iguana. Aunque
la iguana lleve dos o tres días en la rama tumbada sobre su tripa
llena de huevos, con las patas colgando hacia abajo, mirando la vida
del albergue pasar, desde las alturas.
Todos tenemos claro que
ya no mira. Que su vida ya pasó y está allí esperando sin ser que
algún viento o alguien la baje. Pero aquí abajo la vida sigue. Y
seguimos mirándola pasar...
B.S.O. I: "Vagabundear" (Joan Manuel Serrat)
B.S.O. II: "Miro la vida pasar" (Fangoria)
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