miércoles, 26 de febrero de 2014

The final countdown y sus tribulaciones





Suena The final countdown de Europe. Ramón se queja.

- ¡Pon otra cosa que eso no se entiende!

La ha puesto el otro Ramón.

- Es bien chingona -le dice.

- Simon -digo yo totalmente en el ambiente y les explico que esa canción era de cuando yo era niño. Que incluso le regalé a mi madre la cassette por su cumpleaños, o el día de la madre, en una de esas típicas cosas mías que era “regalarme” cosas a mí mismo con la excusa de "regalar" a algún familiar. Muy egoísta que he sido desde pequeño.




Ahora todo empieza a ser muy simbólico. La canción, de la que les explico que en algunos bares españoles se utiliza para cerrarlos. “El final de la cuenta atrás”. Nuestro final de la cuenta atrás. De Alejandro y mío. Dani seguirá por aquí continuando la labor y haciendo fotos que den lustre a estos textos y a otras cosas más importantes.

- ¡Ta buena, ta buena! -dice a gritos Ramón cuando suena la banda sonora de Top Gun y ve las intenciones de cambiarla por parte del que se ha quedado al comando de la bocina que emite los sonidos desde una tarjeta de memoria llena de música.

Estoy empezando a regalar parte de mi ropa. Pienso volver con poco. Con lo indispensable. El egoísmo infantil disfrazado de limpiar mi conciencia dando por ahí lo que realmente no sé si necesito o no, pero sé que otros necesitan más. Me hace especial ilusión regalar ciertas camisetas, zapatillas y pantalones a personas especiales de por aquí. A la gente que me ha dado y enseñado tanto. Pero el tamaño me limita mucho. A Christian, el cocinero de los fines de semana, más grande y voluminoso que yo, le doy varias cosas. Los grandes son los que más sufren la escasez de ropa y calzado por motivos obvios. Y a él, encima, le han robado las zapatillas varias veces...

Las cosas, como de costumbre, van a peor y empieza a sonar piezas electrolatinas, reagetones... Hasta llegar al horror, hasta llegar a Maná... El infierno, cuando se está tan cerca de los cuarenta grados, es más real de lo que nos creemos.



Suena el “Frijolero” de Molotov. “No me llames frijolero, pinche gringo puñetero”. Muestro mi aprobación desde lo alto del cuarto de voluntarios que “hemos construido” encima de el dormitorio de mujeres con nuestro proyecto y hago señas de conformidad al que ha puesto la canción. Molotov me gusta mucho. No sé por qué se empeñan en que me tiene que gustar Maná. Hace media hora alguien a quien no conozco (pasa mucho, vienen y van, te conocen pero a ti no te da tiempo ni a ubicar a ciertas personas a no ser que las hayas registrado y entrevistado tú, y a veces ni así) me ha dicho:

- Fer, ¿Te puedo decir una cosa?

Cuando empiezan así, me temo lo peor. Al menos no me ha llamado Shakira directamente, porque últimamente hasta gente que llega de nuevas al albergue me llama Shakira como si fuera lo normal, porque a Armando, el migrante de más tiempo aquí y quizás el más cercano y querido, le dio por llamarme Shaki, Shakira, creo que porque me vio con el pelo suelto y mojado en una ocasión y ahí se quedó. No tiene mucha lógica ni explicación, pero es así. Para muchos soy Shakira, para otros el enclenque, el enclenque mayor... Aunque lo de español sea lo más extendido. Suena Opus con “Life is live”. Aprobación. Acaba de morir Paco de Lucía, pero no creo que aquí importe mucho ya que entre sus prioridades musicales siempre están los grandes del electrolatino y el reageton.

- Te pareces al otro Fer.
- ¿A cuál? -pregunto ingenuamente conociendo la respuesta.
- A Fer el de Maná. La misma cara, el mismo pelo... Sólo te falta la guitarra. Ya sé que no te gusta y que el otro día dijiste por megafonía que se prohibía que sonara Maná en el Albergue, pero eres muy parecido...

Nos queda un suspiro aquí. Bueno, a Alejandro y a mí. Es The final countdown y ya empezamos a echar de menos cosas que no nos han dejado aun. Particularmente voy a echar de menos hasta que me llamen Shaky, hasta la música que aborrecía y que me podía hacer cambiar de bar en cualquier momento cuando estaba en España.



Hoy el Padre Solalinde está en un importante Foro de Derechos Humanos al que asiste el Juez Baltasar Garzón y destacados activistas por los DDHH a unas ocho horas de aquí. Ocho horas de distancia en México es estar muy cerca. Este es un país inmenso y mal comunicado. Trayectos de una hora en coche duran casi tres en autobús y caminos de tres o cuatro, hasta de catorce a lomos de La Bestia (Si no tiene problemas y no se para). El Padre nos iba a llevar al Foro. El que haya coincidido con estas fechas de retirada lo ha impedido. Otra vez (O no) será. Hoy también se cumplen siete años de la apertura del albergue. Siete años de esperanza y luces al final del túnel. Quizás no sea un número muy celebrable, pero es un hecho importante. Hace siete años que personas que lo pasan mal y se juegan la vida por un futuro mejor, tienen un refugio donde eludir por un rato los peligros, donde comer, bañarse, descansar. Donde ser asesorados, donde encontrar compañeros, donde recibir apoyo. El mismo Armando, del que hablaba antes, y del que otro día contaré su maravillosa historia, me dijo que antes las cosas no estaban tan mal. Que no había tanto peligro en el tren. Sólo te podías morir si te caías. Ahora no piensa volver a subir nunca en La Bestia. Cuando el subió a EEUU con diez añitos, completamente solo, todo era más “fácil”. Pero esa es una historia para otro día. Hoy es un día especial. Nos queda poco por aquí. Por un sitio donde Cristian Castro sigue siendo icónico. ¿Recuerdan lo de “Azul”? ¿Recuerdan lo asesinable que era? Pues lo sigue siendo y aquí sigue teniendo status y éxito. Quizás Seguramente por ser hijo de quién es.

Pero nos queda muy poco por aquí y hay mucho que contar aún. No sé por qué me han permitido escribir esto...

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