sábado, 15 de marzo de 2014

Se parece a Craig Hodges



Se parece a Craig Hodges. Aquel jugador de los Chicago Bulls que pasó a la historia por ser un triplista consumado. Ganó tres concursos de triples de manera consecutiva, cosa que sólo había conseguido el gran Larry Bird, 1990, 1991 y 1992, logrando enchufar hasta diecinueve triples consecutivos en el concurso del 91, lo que es un récord aún vigente. Fue apartado de la competición por sus ideas musulmanas, según contaba. Llegó a ser tan relevante como triplista que hasta llegó a competir en un concurso sin camiseta de equipo al no pertenecer a ninguno, pero no creo que este sea el lugar de hablar del bueno de Craig, que últimamente va y viene con Denis Rodman a hacer sus bolos por Corea del Norte.



Todo esto va de mi tendencia a encontrar a la gente parecidos poco razonables y con personas extrañas. Todo es por partir de algún sitio. Podría partir de cuando Craig (le llamaremos así aprovechando mis tonterías) miraba mi pc aburrido, para ver qué hacía, y le propuse que me contara alguna historia y dejaría lo que estaba escribiendo por él. Empezó rápidamente a narrarme la historia de un hondureño que con cien lempiras apareció en la frontera entre Guatemala y México con todas las dudas del mundo sobre si debía continuar su viaje. Le daba miedo todo. En ese momento fue consciente. No tenía nada claro. Seguir o regresar. Conformarse o luchar. Tiempo antes había decidido poner rumbo a EEUU. Como tantos otros, con la cabeza llena de ilusiones y propósitos. Pero tuvo miedo. Dudó. Era tanto lo que sabía de lo duro, difícil y peligroso del camino, que dudó.

En ese momento lo paré. Me estaba escribiendo él la historia. Me estaba contando un cuento. Le propuse que me contara más, que platicáramos y yo haría la historia.

- Pero no me venderás a los zetas, ¿No? - me dijo.

- No. No me gusta hablar con los zetas. Yo también tengo que perder con ello. Todo lo que escriba no se sabrá que eres tú. Sólo tú y yo. Y podemos contar sólo lo que tú quieras que contemos.

Mentí. Le invité a un refresco de durazno y le prometí cigarros para hablar con tranquilidad. El durazno es como el melocotón en España. Por aquí se toman muchos jugos de muchísimas frutas. La única diferencia es que el jugo más puro que hemos encontrado tiene un 16% de zumo de la fruta. Lo demás son refrescos azucarados. Incluso el de 16%. Esta, junto a las Coca-Colas de dos litros y medio y la tendencia a tomar taxis para recorrer doscientos metros, son mis aportaciones a la explicación de la obesidad mórbida que sufre un altísimo porcentaje de la población mexicana.


(Nota mental: Dejar de dar tantas vueltas a las cosas y centrarme en contar las historias tal y como se debe, sin buscar parecidos razonables o razonamientos sobre azúcares y masas corporales)


La historia continúa cuando se detuvo en Tecún Umán, en la frontera de Guatemala con México. Se encontraba indeciso por tantas circunstancias que marcaban su vida. No hacía más que plantearse si regresar o seguir su viaje. Por muchas cosas. Por lo peligroso. Porque le daba miedo tanto que hablaban de los zetas. A pesar de ser un luchador nato. Antes de emprender el camino peleó por sus tres hijos. Ahora tiene que ayudarles. Y a su mamá. La madre de sus hijos ya no está. No quiere hablar de ella. Peleó por tenerlos y ganó a nivel legal. Ella se iba al camino malo, con otra persona. Por eso cosiguió tenerlos. Por ellos siguió y sigue peleando.



Empezaron el viaje y en Comaztitlán los asaltaron. A punta de machete y pistola. Pero siguieron. Eso no es raro. Lo raro es a quien no lo asaltan. Esa es la rareza. Siguieron pueblo a pueblo. Iban con la idea de tomar el tren en Arriaga pero la policia municipal les secuestró antes de cogerlo. A los once que iban. Los tuvieron un día entero retenidos. De allí a Arriaga. No me cuenta mucho del secuestro. Tiene confianza en mí pero hay cosas de las que, consciente o inconscientemente, evita dar detalles. Yo tampoco incido mucho. Tanto tiempo en este Albergue, tantas conversaciones, tantas historias, me han hecho comprender que hay detalles que empañarían una buena historia y otros que le darían lustre. El reto es reconocerlos. 

Hicieron una travesía de cuatro días y medio caminando, para luego pasar diecisiete días en el Albergue de Migrantes de Arriaga. Allí pusieron la denuncia. Tras esos días arreglaron papeleos y abordaron el tren. Ya sólo ocho de los once que salieron, porque tres no quisieron seguir esperando a terminar el trámite de la denuncia. Se volvieron. Como tantos otros. Como tantos que no denuncian. Como tantísimos que no confían en nada. Y mucho menos en la justicia. ¿Quién va a confiar en la justicia de un país en el que cuando se libran de delicuentes y bandas organizadas les secuestran, atracan o extorsionan funcionarios públicos encargados de guardar el orden? Desde el dieciocho de enero está aquí. En el Albergue “Hermanos en el Camino”. De los tres que volvieron, sabe que se fueron con gente que les prometía seguridad. A día de hoy sólo sabe que uno fue deportado a El Salvador y otro, menor de edad, está reclamado por el gobierno de EEUU. No sabe más.

Actualmente espera los papeles mexicanos. En el fondo, haber sufrido y tener arrestos y paciencia para denunciar le facilita las cosas. Me pregunta que si con los papeles, si se le da, puede conseguir la licencia para manejar. Evidentemente le contesto que no tengo ni idea, pero que supongo que sí.

Nos interrumpen en el relato. Alguien que quiere hacer negocios con nosotros. O con él. A los voluntarios nos proponen cosas, pero no es lo común. Quizás sí a mí que transmito un rollo un tanto malote que les hace con el tiempo confiarme cosas que con otros no hablan. De los dos que vienen, me dice Craig que es uno de los que le acompañan desde la salida y que puede contarme también sobre el camino y su historia. El otro viene a vender unas zapatillas Nike. Le veo los tatuajes. No me suena haberlo visto antes. Al menos, así, sin camiseta. Me hubiera fijado. Tiene el 13 tatuado en el pecho. Tenemos una extraña charla sobre negocios, buscarse la vida y ventas y compras. Parece que no hay negocio. Hablamos de sus tatus pero no mencionamos el 13. Yo nunca lo haría, pero veo que ellos tampoco lo hacen. Aunque mi inconsciencia e ingenuidad me haya jugado malas pasadas estos meses, tengo límites. No menciono el evidente 13 que le ocupa todo el lado izquierdo del pecho. La teta. Se nos va tras un rato de conversación sobre el significado de varios de sus tatuajes. Pero nadie menciona el 13. Como si no existiera. Y se va. Nos quedamos los tres, y hablamos de la 13. De que lo más facil es entrar que estar fuera. Craig pudo entrar. Estuvo a punto. Solo porque Dios no quiso. Era inevitable hablar de ello. El tatuaje era evidente y ninguno lo mencionó aunque estábamos hablando de tatuajes.

Craig tiene un tatuaje de un cuchillo con unas letras en el antebrazo. Me cuenta que se lo hizo para rectificar un tatuaje de X y Y que borra y se queda en cuadrado M T (sus iniciales). Algo típico de amor y rectificación posterior. Se hizo el cuchillo para acompañar las letras. Tampoco pregunto más

Como hemos dicho antes, quiere papeles. Quiere estar aquí con papeles porque el gobierno les debe algo. Les secuestraron y robaron, tienen todas las posibilidades. Su ideal es encontrar un lugar aquí donde esté más tranquilo que en Honduras.



En Honduras, su tierra, vivía en una zona MS. En una zona controlada por la Mara Salvatrucha. Encontró trabajo en una empresa de autobuses que aunque era de aquella zona, se movía por zona no MS. Eso es un problema. Y le dijeron que no podía seguir haciéndolo. Era cuestión de tiempo que todo se complicara. Se complicó y le despidieron. Cuando le echaron pidió la voluntad al jefe, el finiquito, algo justo, y le quiso engañar. Craig no se dejó engañar y llevó a su jefe al Ministerio de Trabajo, le pagaron lo que era justo pero le dijo que no volvería a trabajar en empresa de transportes. Evidentemente, volvió a buscar en otro sitio pero le dijeron que no. Ya no trabajaría más. Porque todos sabían que cuando se fuera o lo echaran les llevaría al Ministerio de Trabajo.

Ahora ya tiene la mente más despejada. Quiere conducir y cuando tenga posibilidad traer sus hijos y mantenerse aquí.

- ¿Por qué tienes miedo? No has tenido problemas.

- He visto como a las mamás les piden dinero por el celular mientras torturan a sus hijos. Los Zetas lo controlan todo. El tráfico de drogas, de personas.

Tiene miedo. Él no ha tenido problemas con nadie, pero sabe lo que pasa. No quiere que pase nada. Su mamá está mayor. Me habla de su tierra. Su desangrada y desgarrada tierra. Todas las zonas, todas las colonias en Honduras son MS o 18. Las zonas que no son de ninguna aún, son las más peligrosas. Él tiene miedo por su madre y por sus hijos. La mayor quince años, siete la siguiente y el pequeño uno y medio. Tiene miedo por ellos, porque ahora ya no es como antes. Tiene un hermano que los puede proteger porque no tiene vicios ni está metido en nada malo. Pero sabe que los problemas son cuestión de tiempo.

- La hija de fulano ya creció. Igual quiere por las buenas o por las malas.

Nos callamos.

- ¿Por qué eres tan jefe aquí? Creía que llevabas más tiempo.

- Una de mis virtudes. Preferir amigos a enemigos. Aunque no te puedes fiar de nadie.




Discutió con su tío. Uno de los once que subieron. Le dijo que si le veían como un estorbo no subía con ellos, no había problemas. Alguien escuchó la discusión y le ofreció subir con él porque conoce el camino. Y al momento preguntó por su familia. Le intentó convencer que EEUU está bien ahora. Él le dijo que no tenía intención de subir, ni dinero para pagarle. Pero le insistió en que tendría familia arriba o abajo que le pagara. No le interesaba, se lo hizo ver, y el bato ya no quiso seguir hablando. No había negocio...

- No te puedes fiar de nadie.

Una vez le escucharon que pidió dinero. Una práctica habitual en el Albergue. L@s migrantes piden dinero por teléfono o mensajes a algún familiar o contacto y l@s voluntari@s lo recogemos del banco con la mayor de las discreciones. Pero al tanto estaban. Y le ofrecieron llamar a EEUU fuera del albergue para que pidiera tranquilamente dinero, sin problemas. Le ofrecieron dinero cuando dijo que no tenía quién le ayudara. Le ofrecieron casi lo que necesitara. Rechazó toda “ayuda”, vinieron tensiones, le miraron serio y no quiso seguir platicando.

Me habla de un personaje del albergue. Conocido. Con mucho tiempo aquí. Alguien que le pregunta. Con el que ha platicado mucho. Se interesan por los tatuajes. Y cuando tomaron confianza le ofreció números para entrar en la pandilla. Nueva decepción. Su impresión incial sobre aquellos tatuajes era cierta. No se puede fíar de nadie. Me lo cuenta como ejemplo porque sabe que sé quién es del que me habla y porque me ha visto muchas veces bromear y en buena onda con él. Pero Craig tiene que estar ojo avizor. Siempre alerta. Sin fiarse. En cualquier lado salta la liebre. Si él se desvía de su camino sabe que no podrá dar a sus hijos lo que quiere darles. Se va dando cuenta. Poco a poco. Aunque le guste estar con todos.

Hablamos de todo un poco. De mí y mi circunstancia. De lo divino y lo humano. Y en lo divino veo filón. Aunque es él quien se lanza a ello. A hablar de Dios y de todo lo que conlleva. Me cuenta por qué ayuda al Señor Abad, el Testigo de Jehová que tiene el puesto fuera. El Señor Abad es una persona que por la mañana y por las noches, con una bicicleta con un gran armatoste a modo de puesto y un pequeño techo, se coloca en la puerta del Albergue. Vende cafés, avenas, tortas, panes... Tiene una amplia clientela. Hay much@s migrantes que desayunan y cenan en su puesto. Incluso yo he probado muchos de sus productos. La gente se fijan que platican mucho los dos. Que se llevan bien y tienen confianza. Y le piden que saque una avena, un algo...
No puede morder la mano a quién le está quitando el hambre.

Me cuenta cómo es su relación con el Señor Abad. Recuerda que le asaltaron, antes del secuestro de la policía. Llevaba un celular que le regalaron en Guatemala cuando trabajó dos años. Un buen móvil. En el asalto no sabe cómo pero no se lo encontraron. Se lo comentó a Don Abad. Que era lo único que tenía ya. Don Abad se lo puede vender.

- ¿Qué es lo que usted quiere por él?
- Ando con hambre.
- Yo se lo vendo o se lo empeño...

Él optó por la opción de empeñarlo. Don Abad le dio dos tortas y una avena. Es poco, pero quedatelo. Le dio dinero cuando le mandaron. No le cobró. Desde ahí empezó con confianza. Dice que es de fiar. El Señor Abad confía y se fia de la gente. Lo deja en las manos de Dios. Aparte de las Manos de Dios, yo añado que he visto cómo Don Abad tiene una libreta en la que va escribiendo qué toma cada uno, para saber qué y quién le consume. Esa libreta ahora la escribe Craig. También he observado cómo Don Abad pide el tícket de estar permanente o no en el Albergue a la hora de fiar o no a l@s migrantes, pero eso no lo digo.

Le ha invitado a que vaya a la iglesia con él. Él está alejado de la Iglesia. Cuando salió de su país se apartó de todo eso. Hablamos de la religión, de la iglesia, del Padre Solalinde. De cómo debería ser la iglesia y de cómo alguien que no lo necesita se juega la vida por ayudar. Sus palabras son una mezcla de desencanto e ilusión por las personas. Agridulces y esperanzadas a la vez.


(ELIPSIS TEMPORAL)




Tiempo después de nuestra primera plática me pide el pc para descargar música cristiana. Sólo música cristiana. Se ha convertido en un personaje en el albergue. De los que ayudan, los que siempre están. A los que les puedes pedir que te echen una mano en todo. Los que arriman el hombro incluso antes de que nadie lo demande. Se despierta de madrugada y reparte jabón y papel higiénico a l@s que llegan en el tren, mientras l@s voluntari@s los registramos y acomodamos... Una mano menos que aportar l@s que estamos para ello, que nunca sobran. Una sonrisa más que dar, que siempre se agradece. Escucha la música cristiana y tiene conversaciones con las monjas. Parece que en unos días, la tranquilidad del Albergue le está haciendo recuperar ciertas cosas que me decía perdidas. Me tiene confianza. Me habla con franqueza. Me cuenta un secreto a voces que hay por aquí. La francesa que pasea y pulula por las instalaciones haciendo uso de ellas, dejó caer su teléfono frente al puesto del Señor Abad en la noche. Un pariente suyo lo recogió y tiene intención de quedárselo. Él se ha disgustado mucho por ello. Quería contármelo. Quería liberar su conciencia. Conmigo. Aunque no lo necesitara. La francesa quizás (o no) recupere su celular, pero la relación de Craig con sus parientes no va a ser la misma por expresar su manera de ver las cosas y estar aquí.




Son cosas que pasan. Son días que fluyen. Vidas que se van diseñando a la espera de una huella que les deje fluir más o menos libres por México. Una huella que le permita sacarse la licencia de conducir y encontrar un trabajo en lo suyo. Una huella que ponerla en un papel y una tarjeta es el paso clave. Para que el día menos pensado, si alguien va por México y sube a un bus o una combi y se encuentra a alguien muy simpático con una gran sonrisa que se parece un poco a Craig Hodges se acuerde de esto que está leyendo aquí y sepa que es una gran persona.






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