"Hay
un viejo chiste,
Dos mujeres de edad en un hotel de alta montaña
comenta una a la otra,
"¡Vaya, aquí la comida es realmente
terrible!",
y contesta la otra:
"¡Y además las raciones
son tan pequeñas!".
Pues básicamente así es como me parece la
vida,
llena de soledad, histeria, sufrimiento, tristeza
y sin embargo
se acaba demasiado deprisa."
(Annie Hall, Woody Allen, 1977)
Últimamente
vienen menos trenes de los que estaba habituado. Dicen que es la
época. También viene menos gente. La sensación de tranquilidad,
dentro del drama, es mayor. Llegan personas sin estar demasiado
“madreadas”. Aparecen migrantes en el registro que cuando
llegamos a la parte de la entrevista en la que preguntamos por
posibles delitos o violaciones a los derechos humanos en el camino,
te responden con un recurrente “todo bien, gracias a Dios”.
Muchas y muchos asumen el asalto en La Arrocera como recurrente e
inevitable, incluso nosotros. No pasa de ahí en los últimos
tiempos.
Es
la parte de la vida en la que vemos raciones de comida muy pequeñas,
en las que nos quejamos porque las “botanas” son muy escasas para
llevar ya varias rondas de cerveza.
El
último tren llegó con poca gente. Particularmente me tocó
entrevistar a diez o quince personas que no tuvieron el menor
problema en el camino. Y reflexioné sobre ello. Comentando la
simpatía y los anhelos de alguna de ellas. Pero se cruzó Luis en el
camino. Hablé con él observando una excesiva palidez en su rostro.
Luis está muy blanco y es de naturaleza paliducha, pero no tanto. A
él le tocó el reverso tenebroso de la moneda. Vio la parte de la
vida en la que pensamos que la comida es realmente terrible. Le tocó
entrevistar a tres personas que iban juntas. Tres personas que iban
en un grupo de cuatro. El cuarto cayó del tren viniendo hacia acá y
sus tres amigos lo vieron sin poder hacer nada. El amigo se
desprendió de La Bestia, cayó bajo sus ruedas y se partió por la
mitad. Los tres lo vieron. El grupo de cuatro amigos que compartían
sueños de un futuro mejor se quedó reducido a tres que han vivido
algo que no podrán olvidar en la vida por mucho tiempo que pase o
por mucho que aumenten el tamaño de las raciones. La comida es
asquerosamente infecta. Además de quedarnos sin ganas de comer para
mucho tiempo.
La
vida está llena de comida repugnante pero siempre pensamos que
además, las raciones son muy pequeñas. Y nosotras y nosotros somos
unos comensales que estamos habituados a tomar sal de frutas o
antiácidos para tener mejores digestiones o evitar ardores de
estómago. Actualmente quien más o quien menos se ha habituado a ver
los recurrentes fuegos artificiales en las fiestas de su pueblo
mientras en la pantalla de sus ordenadores ponen un streaming para
angustiarse observando en directo las aberraciones de Israel en la
Franja de Gaza. Nos ponen la comida, nos quejamos de su calidad y nos
tapamos la nariz para no sufrir arcadas, pero acabamos quejándonos
por su escasez.
Ayer
me sonrió un niño pequeño en el Albergue mientras tras él veía
pasear, cual alma en pena, a uno de los chicos del grupo que perdió
a su amigo destrozado por el paso de La Bestia. Sonreí de medio lado
para que no se me viera demasiado. Contuve la respiración y decidí
que tenía que seguir comiendo aunque no me gustara el plato. Y me
quejé porque la ración era muy pequeña.
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