miércoles, 13 de agosto de 2014

El Gusano Rosa




(Foto y texto: Alejandra Castrejón)


Y vuelve a mi mente aquel poema que lo veo desteñido, ya no me significa nada, ¿cuál es mi nombre? Eso ya no importa. Mi pequeño alumno, de ojos brillantes, sonrisa grande me dice Alejandra, lo grita, lo grita a todo pulmón de lado a lado su voz resuena, corre hacia mí, a mis venas, a mis entrañas, al deseo pleno de la maternidad. 

Me abraza, conozco su ternura y su fiereza. Es un hombre niño. Entiende de duendes. Le he presentado a uno en clase, y ahora son muy buenos amigos, sólo espero que aquel amigo nomo lo cuide de ir montado en el lomo de la bestia. Los adultos que lo rodeamos sentimos temor. Sin embargo todos estamos sentados a la espera, al tic tac pesado. Por fin el viento se detuvo y escucho lo último que ha pasado en el dormitorio de mujeres. Me despido de su madre, ha decidido marcharse del albergue con los dos niños, uno de siete y el otro de cinco. 

Esa mañana llegó gente por la puerta que da a las vías, y entonces él me dijo – Alejandra hoy voy a volar en la bestia con el duende de las vocales. No le creí, o más bien quería creer que era parte de la imaginación con la que solíamos conversar en el día a día junto con los otros niños y niñas del albergue.    

En la tarde les hice palomitas, llegue corriendo al albergue con la encomienda, la película había empezado y me acerqué al mayor de los hermanos, estiré la mano con cariño y en silencio para no interrumpirlo. En lugar de agarrar el plato y comer con premura como solía hacerlo. Sacó de la bolsa del short una rosca blanca de una botella o algo similar. Encajaba en uno de mis dedos. Sonrió y me dijo – para que no me olvides cuando me vaya. Le di un abrazo muy fuerte. Él y su hermanito miramos la película abrazados, pese al calor, al sudor, y de vez en cuando me ponían palomitas en la boca. Yo tenía helada el alma. No quería creerlo. 

La noche empieza a cobijar a nuestra casita comunal. La gente en los baños preparando el precario equipaje, lavándose, poniéndole agua a las botellas.

Conforme se adentra la penumbra se van viendo más sombras de curva prolongada, pues la mochila ya pende de sus espaldas, con impaciencia, porque el transporte a los que ha recluido la xenofobia no tiene horario, ni paradas precisas, ni una sola comodidad en donde puedan descansar los sueños de mi chiquitín sonriente. No he de decir su nombre, y no uso uno ficticio, prefiero guardar silencio cada vez que pienso en su nombre, y que el viento de tarde le lleve mi susurro y mi abrazo a donde se encuentre a día de hoy. 

Una mujer de rizos tupidos abraza a sus amigas. La escena es tan normal o al menos eso aparenta, como si de un viaje cualquiera se tratase. Pero nunca lo es. Eso hay que establecerlo. Es que así vivimos en la premura del camino. Aquí, a un costado de las vías. Por unos días, por unos meses, a veces por unas horas más y no más. Pero las mujeres se abrazan, alrededor sus niños, siempre juntos. A lo mejor han dejado hermanitos con la abuela o una tía, y ellos por alguna razón acompañan a la madre. 

Cada cual se acomoda en su pedacito de suelo, de colchoneta, de cama, de hamaca, de tierra. Algunos debajo del gran árbol; otros, los que se han tomado un par de cervezas en la banqueta, esperando que el guardia los deje pasar o a que la mañana los compadezca, más de uno seguro repite la mala costumbre de salir de fiesta y quedarse del otro lado de la puerta. Todos intentando descansar entre el sonido del tren que va a algún lado, que aún no me aclaro. Porque las vías están dañadas, porque se ha retrasado la carga, porque la bestia es paleozoica. 

En mis sueños, en aquellos cuando dejo de ser adulta y vuelvo a ser una cría, medio recargada en la ventana de un autobús, se me cierran los ojos, queda la carretera curvilínea como todo entramado de experiencias que el sueño mese y es ayudada a reanimarse con la mano de alguien que está por un momento, en un apretón de manos, por un atisbo de afinidad, de camaradería no intencional. 

Aparece entonces una especie de gusano que con su cuerpo cilíndrico, móvil y viscoso sale de un agujero profundo que se crea en el aire, en la nada, en la obscuridad, a la altura de mi garganta. He leído que hay gusanos carnívoros, verdaderas bestias que producen células urticantes similares a arpones encerrados en cápsulas que se disparan cuando se rozan a otro cuerpo. 

Las contracciones que le proporcionan movilidad casi se palpan, como una visera que late. El bicho ha llegado a la altura de mis ojos (y de mi asombro). Quiero decir que no le tengo miedo, tampoco respeto. Estoy a punto de tocarle, mi respiración se agita y doy un resoplido que pega en sus exóticas vellosidades fucsia que le cubren la mayor parte del cuerpo y las desprende. 

De la negación del miedo paso al asombro por lo bello, el gusano fucsia es como un dientes de león. En botánica esta disposición de pétalos y semillas se le dice inflorescencia. Así es la Bestia, revestida de sueños de todos aquellos que lo montan. 

La luz los hace percibir como rosas, pero en realidad es blanco de posibilidades, como un triángulo que descompone en todos aquellos colores. Pero me aferro a la flor de los deseos que queremos cumplir. Que lleguen, que lleguen, que llegue mi niño querido. 

Mi corazón no quiere entender estadísticos, ni notas de prensa, ni de intemperie, secuestros y robo. Solo quiero pensar que el gusano gordo y rosa flota cargando el mayor de los tesoros, quisiera que siga con su gran imaginación aquel niño de sonrisa profunda y que rodeaba a José creyendo que por tener barba, lentes y corbata de scout era el maguito con el que yo le había enseñado y le brincaba alrededor pidiéndole más chocolates que yo había escondido por todos lados. La bestia de mis sueños se desvanece, y queda el chirrido paleozoico de aquella de metal en la que se fue montado el niño al que nunca olvidaré. 


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Los onicóforos constituyen un filo de animales invertebrados terrestre. Los onicóforos constituyen un filo de animales invertebrados terrestres de aspecto aterciopelado, similares a orugas cuya existencia está registrada desde el Cámbrico. 

El Cámbrico o Cambriano, una división de la escala temporal geológica, es el primero de los seis periodos o series de la Era Paleozoica, llamada también Era Primaria; comenzó hace 541,0 ± 1,0 millones de años, al final del Eón Proterozoico y terminó hace unos 485,4 ± 1,9 millones de años, para dar paso al Ordovícico. 

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